hay algo en lo abandonado, algo morboso, atractivo y emocionante que te invita a pasar, a preguntarte quién estuvo alli antes, quien vivió alli, quien ocupó aquel espacio…
y si ese espacio es una casa, la atracción aumenta todavía mas…
como ésta que descubrimos en medio de la nada, con la vajilla todavía en los aparadores, las toallas en el toallero y las camas hechas.
adentrarse en un espacio así te hace imaginar miles y miles de preguntas : por qué se fueron sus moradores? por qué dejaron este sitio? qué habrá sido de ellos? cómo fueron sus vidas aquí? discutían entre ellos? eran felices? eran jóvenes? ancianos? tenían hijos? cuántos eran?cuáles eran sus anhelos? cuáles sus sueños rotos?qué esperaban de la vida? a que se “dedicaban”?
y en cada paso que damos en el interior de esta casa dejada, ella nos va revelando su historia, y puedes intuir algunas cosas, algo de la personalidad de sus dueños, incluso sentir algunos secretos que se grabaron para siempre en estas paredes…
y en cada paso, hacemos ese espacio un poquito más nuestro, y lo desconocido se va transformando poco a poco en algo cercano, hasta que incluso empiezas a sentirte cómodo en esa enajenación… tal y como hacen los animales y los niños cuando conquistan el espacio, lo marcan, se conectan con él al cabo de un ratito y luego no quieren marcharse, a no ser que se lleven algun objeto de ese nuevo fuerte dominado.
nosotros también lo hemos hecho, nos hemos llevado una cesta de mimbre preciosa que sus antiguos dueños olvidaron o no supieron apreciar y abandonaron.
Raquel Galavís