donde yo vivo hay muchos tipos de árboles, casi tantos como tipos de personas conozco…
hay árboles altos
y árboles bajos.
árboles grandes
y árboles pequeños.
árboles sabios de raíces profundas, centrados y estables, que resisten la embestida de galernas y vendavales
y árbolillos inmaduros, que tiemblan ante cualquier adversidad, ante cualquier viento fuerte.
hay árboles solitarios y tímidos que observan impasibles desde su atalaya el paso de las estaciones, impertérritos, eternos guardianes del silencio
hay árboles de piel camuflada, bellos pero inteligentes, que intentan pasar desapercibidos, como si fuesen una casualidad en el camino.
árboles de secano, alérgicos al agua
y árboles de regadío, que se empeñan en besar el río.
árboles con el corazón roto, que no entienden qué rayos les ha partido por el medio
y árboles con el corazón caracol, que miran el mundo con ojos perezosos.
árboles desorientados, procedentes de otras tierras y que por caprichos del azar han acabado durmiendo en estos lares, aunque sigan soñando con atardeceres en la Toscana…
árboles de cuentos de hadas
y árboles de cuentos de fantasmas.
árboles cantarines como las guirnaldas navideñas
y árboles silenciosos que ya no pueden decir nada.
árboles de mis valles, tan diferentes como las personas que conozco…
pero todos, todos, todos
bellos, bellos, bellos.
Raquel Galavís