A veces el mejor plan es el no-plan

Viernes de un mes de un verano de un año cualquiera. Sierra de Guadarrama.

Un plan improvisado me lleva a las montañas tras dejar el asfalto de Madrid mendigando algo de sombra. La idea era tomar un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor, cita ineludible si te atreves a visitar la capital del secarral estival. 

Podría haber sido un plan estupendo, porque la compañía lo es, así que podríamos haber comido ese bocadillo y luego patear el Matadero descubriendo alguna instalación curiosa. Más tarde podríamos haber conectado con el paseo de Madrid Río, mientras el sol se reía de nuestra osadía abrasando nuestras cabezas.

Podríamos también haber cogido unas bicis para pedalear el Parque de la Casa de Campo y luego tomarnos una cerveza en alguno de sus chiringuitos.

Podríamos, tal vez, habernos mojado en el lago y tirarnos a la bartola Madrileña de este verano sorpresa. 

Sin embargo algo nos pasó por el camino. Algo que a veces ocurre cuando dos mentes conectan en el deseo de aventura. Cuando dos espíritus entienden que los mejores planes no cuestan dinero y a veces, ni siquiera se escogen, porque sin darte cuenta, el propio plan es el que te escoge como actor para representarlo en ese espacio-tiempo mágico de encuentro.

Así que, sin más, escucho aquello de : -oye, que estaba yo pensando que ¿por qué no cambiamos el plan y nos subimos a la montaña?

Inevitablemente la respuesta del – ¡si, pues claro!- sale a borbotones de mi garganta.

Así que el volante gira 180 grados respondiendo a las órdenes de mi guía de viaje y en menos de 45 minutos el paisaje se transforma como en una película. Ahora estoy en medio de abetos que respiran a pleno pulmón; el de una capital que se divisa en la lejanía como espejismo derretido.

Los nombres de estos riscos, que mi guía va contando, se suceden en mi mente como promesas de lugares por explorar y que no quiero olvidar:

Monasterio del Paular

Puente del perdón

Cascadas del purgatorio

La cuerda larga

Las cabezas de hierro

La bola del mundo

Peñalara

Pantano y Valle de Lozoya

Cascadas del Purgatorio…

Así que los apunto. Suelo borrar los nombres de las personas que me presentan nada más terminan de decírmelos. Me gusta más recordar sus ojos, sus manos, su sonrisa o la falta de ella, la sensación que me provoca esa nueva oportunidad de conectar con otro ser humano. Por eso intento disculparme y pedir que me lo repitan una o dos veces más, mientras hago el esfuerzo, ahora ya consciente, de retenerlo. A algunas personas no les gusta que no recuerden su nombre; lo llevan como estandarte de su personalidad. Sin embargo, a mi me deja más huella su esencia, que suele trascender ese grupo de palabras y se transpira en el primer intercambio de besos, apretón de manos, o roce de codos, según el país o el momento de la pandemia…

Como no quiero que me vuelva a pasar esto, rescato los nombres que me van cantando al oído mientras conducimos por una carretera serpenteante. 

Olfateo el rumor de las montañas, impasibles y sólidas ante mi mirada. Siento en mi piel bronceada la inconfundible luz tamizada por las hojas de los árboles. Las ramas filtran una avalancha de antiguas emociones, todas órganicas, similares a las que experimenta un perro cuando sale a pasear al campo después de horas encerrado en casa, me supongo. 

Mientras mi mano danza fuera de la ventana jugando con el viento, empiezo a rememorar otras escapadas del pasado, cuando mi trabajo consistía en viajar y contarlo en formato audiovisual para televisiones de otras tierras: Suiza, Italia, Francia fueron destinos del ayer. Parece otra vida que ahora se me representa aquí de nuevo, mientras la evoco como una visitante. Semeja como si aquellos recuerdos ya no perteneciesen a mi historia, como si los árboles los hubiesen respirado para devolverlos luego a la memoria universal, en un ejercicio de expiración o expiación de las antiguas heridas. Memorias que durante años fueron saltando de copa en copa, de rama en rama, de hoja en hoja y ahora se me devuelven por otros bosques similares, que los rezuman en cada sombra que anhelo, en cada riachuelo que descubro, en cada curva que desciendo. Como si fuesen un préstamo que en algún momento sostuvo mi cerebro para después dejar marchar y aligerar el peso, abriendo espacio a nuevas vivencias y momentos. 

Viene a mí la imagen de aquella mujer de treinta y pocos mientras me sorprendo pensando en lo diferente y lo igual al mismo tiempo que era yo en aquella época.

Y así mi memoria sensorial se activa de manera visceral. Las imágenes y los colores que veo recuperan mi memoria icónica, los sonidos la ecoica; los olores la memoria Proustiana, las texturas la háptica. Parece un cuadro que ya he visto antes pero a la vez es totalmente nuevo. Siempre me ha maravillado esta memoria de los sentidos del cuerpo. Cuando falleció mi abuela hace dos años guardé uno de sus pijamas en una bolsa hermética, porque quería conservar su aroma para siempre. De momento no me he atrevido a abrirla por miedo a que el aire lo evapore definitivamente, o a que mi sistema límbico provoque un torrente de añoranza con el consiguiente llanto hiposo de nieta-que-ya-no-tiene-abuelas. Por suerte todavía puedo evocar su olor sin recurrir a la bolsa talisman. El otro día, el aroma del portal de una amiga me llevo directamente a la casa que compartía con mi ex-marido hace más de un decenio…Por algún motivo, seguramente relacionado con mi personalidad sensible al procesamiento sensorial (en algún momento de mi vida adulta me he preguntado con terror si hoy el Departamento de Orientación del cole o algún neuropsiquiatra de los de “tanto TDHA que hay hoy madre mía”, me diagnosticaría como niña PAS…Oh Dios Mío!), mi cerebro ha escogido almacenar estos recuerdos en mi memoria a largo plazo. 

Busco sobre este tema y leo que un tal Ulric Gustav Neisser acuñó el término ‘memoria sensorial’. Este psicólogo de origen alemán y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos presentó ante la comunidad científica un nuevo modelo sobre la memoria. En su trabajo Cognición y Realidad, nos explicaba cómo nuestros sentidos eran capaces de guardar la experiencia de un estímulo durante un breve tiempo con el fin de que nuestro cerebro pueda discriminar si cada estímulo experimentado merece la pena recordar o noguardándolo así, o bien en la memoria de trabajo o en la memoria a largo plazo. Así que doy gracias por la elección de mi encéfalo.

El viaje continúa y el estómago protesta por el ayuno prolongado, así que paramos y comemos en una parada típica la consabida comida española de huevos con jamón tú y tortilla con ensalada yo, porque aquí y hoy precisamente es lo que estaba deseando. Más tarde nos tumbamos para una siesta bajo pinos y entre flores Espantapastores mientras las vacas espían nuestros movimientos. Arriba muy alto se acunan las copas de los árboles, abajo nosotros sintiendo, conectando, respirando sin más el ahora. Una pareja de la tercera edad sentada en sillas de playa, con las manos cogidas mientras observa el pantano de Lozolla me confirma que hay personas que siguen sabiendo compartir buenos momentos, aunque lleven 45 años haciendo lo mismo cada x tiempo.

El sol comienza su destierro a la hora que toca en esta época del año, así que retomamos la ruta para acercarnos a Rascafría a comprar chocolate artesano. Tiene que ser allí porque el cacao lo traen de lejos y es” antiséptico, diurético, anti-hemorrágico y parasiticida, el cacao es un remedio casero para la alopecia (calvicie), las quemaduras, la tos, los labios resecos, los ojos irritados, la fiebre, la malaria, le nefrosis, la depresión anímica, los dolores durante el embarazo y el parto, el reumatismo, las mordeduras de culebras, las heridas en general” ( https://www.chocolatenatural.com ). Pero sobre todo, porque mi guía dice que así se lo llevo a mi hijo a mi regreso a casa.

Más tarde disfrutamos de una clara con limón y después comeremos bocatas de bacon y panceta en Cercedilla mientras escucharemos un concierto sorpresa de un grupo local: tal Sanke se llama, cual Afro-jazz suena.

Bailamos, reímos, contamos anécdotas y confesamos recuerdos. Callamos también a veces, con la tranquilidad que da el entender que el silencio es bienvenido cuando no temes la soledad pero disfrutas de una buena compañía.

Viajamos hacia dentro. Convertimos un plan cualquiera en una oportunidad de exponernos a lo nuevo. De no comprendernos en absoluto y de ponernos en contacto con nosotros mismos de nuevo y entendernos por completo. Cuando viajamos, el tiempo pierde el ritmo automático, mecánico, que le damos en el día a día cotidiano. Cuando viajamos, se estira, se alarga, se convierte en algo que usas solo como orientación para llegar a comer o cenar antes de que cierren la cocina, para hacer un check out de un hotel o para coger un avión de regreso. Se evapora de nuestra conciencia y nos deja en un respiro suspendido. Parece como si esa convención para medir lo que no es solo aquí y ahora nos diese un descanso. Como si la teoría que estudian algunos científicos de que “el tiempo no existe y que solo es una ilusión hecha de recuerdos humanos”se confirmase.

Viajamos para enriquecer nuestros paisajes vitales, para enfrentarnos a nuevos retos, para abandonar la comodidad de lo transitado y predecible, de la monotonía y el tedio. Cada gran hito en el desarrollo de mi hijo se ha dado siempre durante o después de un viaje: su primer gateo en Menorca; sus primeros pasos en Extremadura; su primera subida a una tabla de windsurf en Cataluña; su primer cuaderno de viaje con dibujos en París; también mis primeros  “primeros” aparecen vinculados a escenarios en tránsito: mi primera borrachera y mi primer beso en Inglaterra; mi primer buceo en Indonesia; mi primera foto con una cámara digital con 12 años en el Monte Saint-Michel…

A veces tenemos la suerte de que esas primeras veces ocurran en un viaje y entonces la memoria sí los tatúa en nuestro cerebro para siempre.

Por eso viajo: para sumergirme en el aprendizaje activo, vivencial y significativo; para generar posibilidades que luego albergarán oportunidades. Para que puedan darse más “primeras veces”. Para aumentar mi consciencia de la experiencias. 

Viajo porque en el trayecto escucho mi música preferida a todo volumen en mi coche y mi pecho vibra a cada momento. Viajo en el sentido que para mí tiene la vida: porque estoy en continua evolución y crecimiento y en el viaje siempre encuentro nuevos escenarios para ello.

Unos días después leo en el libro “Viajar Ligero, la vida con equipaje de mano”de Gabriele Romanoli: “circular, moverse, intercambiar, cambiar. Tienes derecho. Hoy eres esto, estás aquí. Mañana podrías querer probar algo distinto en otro lugar. Llevando contigo a las personas y cosas importantes. O dejándote llevar con ellos, ya que ante todo no debes ser un lastre. Comprueba de qué material estás hecho, cuánto estorbas, si tienes demasiadas pretensiones, deudas, expectativas, problemas sin resolver.” Me lo ha dejado mi guía de esta aventura y en mi lectura de estos días calurosos en la piscina de mi amiga que me acoge este verano, este pasaje resalta porque él lo ha subrayado. Yo también subrayo libros, como un intento de retener lo esencial, para meterlo en esa mochila ligera. Lo gracioso es que rara vez vuelvo a releerlos. Así que esas líneas de lápiz subrayadas se quedan como testimonio de lo que un día me resonó en eco. Al leer las páginas de Romagnoli y encontrar los grafitos del lector anterior me sonrío comprendiendo a veces sí y otras no, el por qué él escogió esos fragmentos y a mi en cambio me llaman la atención a veces los mismos y en otras ocasiones otros distintos. Es como cuando voy caminando por la orilla del mar en la playa y sigo las huellas de pisadas de otros que van delante: es un truco que aprendí de pequeña para no cansarme tanto al hundirme en la arena. Pero de pronto no hay huellas porque el mar se las ha tragado y tienes que meter el pie de lleno y hundirte en ella, esforzarte, hacerte cargo de tu camino, de lo que a ti mismo te parece la esencia.

Leo las palabras subrayadas por mi prestador y pienso que, en cambio, tal vez yo prefiero “viajar con” que “llevarme a alguien de viaje”. Viajo con compañer@s a veces, con mi hijo mucho y otras veces sola. Viajar con otros es compartir; “llevar” es trasladar algo de un lugar a otro, hacerse cargo del movimiento del otro, cargar el lastre ajeno….En cambio, “ir con” es caminar juntos, creciendo por separado sin separarse o separándose a ratos para volver a encontrarse más tarde, si el camino lo favorece. Tal vez esto es por mi miedo a sentirme atada, pero me prometo reflexionar sobre ello. Más tarde el subrayado aparece de nuevo y me tranquiliza: “ cuando se quiere a alguien se lo deja libre. Las mercancías deben circular, las personas deben circular. Detenerse solo cuando es indispensable, cuando se producen encuentros milagrosos en los que la cura es recíproca, la simbiosis mutua”. ¡Mi signo Acuariano y mi tendencia a la indomable independencia salvados por el autor Italiano!,  aplaudo y respiro aliviada.

Y continúo leyendo… y sigo escribiendo: viajo en definitiva por el placer de hacerlo, sin más, sintiendo los momentos, observando las sensaciones, metaviajando mi trayecto vital. Viajo siempre que puedo.

Romagnoli nos dice que en la vida pasaremos 23 años durmiendo, 20 trabajando, 6 comiendo, 5 esperando, 4 pensando, 228 días lavándonos la cara y los dientes y tendremos 46 horas de felicidad. Nos presenta su libro como “un manifiesto para que pierdas el miedo a perder, para todos aquellos viajeros que recorren ese viaje que es la vida y desean añadir algunos minutos más a esas 46 horas de felicidad”.

Yo viajo para añadir a esa lista del escritor muchos más años de viajes, pidiendo, como decía K. Kavafis, “que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias” en su Ítaca inmortal, entendiendo que lo importante es el trayecto y no la meta ni el destino, siempre que podamos extraer de ello aprendizaje y experiencia.

¿Y tú, por qué viajas?

Melodía de un reencuentro

Llevaba tiempo vagando en el desconcierto, acumulando retazos de sonidos gemelos, que parecían guiarle en su deambular por la memoria de su esencia perdida. A veces reconocía en la sombra de una nota el calor de la melodía materna; en alguna otra ocasión, la mañana le bailaba con el canto del recuerdo. Él, vagabundo de las notas de caoba, transgénero de la palabra según el contexto, desdeñaba el metálico de las ciudades por la tiranía ruidosa que ensordecía su alma de abeto. Por eso había salido a correr entre los susurros verdes. En algún sueño había creído entender la serenidad del murmullo del bosque; y aquí era dónde ahora se reconocía engendrado; parido por la madre naturaleza en la templanza del ocaso tamizado. En este espacio-tiempo podía ser libre, suspirar su latido en nota sostenida; olfatear el aliento de las hojas atrincheradas bajo al rayo soleado, Artemisas guardianas en protección húmeda. Su destino era un recipiente vibrante, un alma perdida que sentía el eco de esa misma música arbórea; una alegre llamada que le atraía al centro neurálgico del bosque sinestésico. Por fin lo intuía cercano. La circunstancia estaba dispuesta para mostrarse exacta y el atardecer lumínico le mostró un atajo enramado, por el que se deslizó saltarín hasta encontrarse con el otro, su origen y destino al mismo tiempo, su alma y a la vez su cuerpo. Y entonces, con el convencimiento que da el saberse hallado por el propósito primigenio, se dejó mecer por las cuerdas del instrumento y saltó de tono en tono en una nana que adormeció aquel verde universo.

Raquel Galavís

colecho de invierno

despertar por la mañana y que me cojas la mano

oír tu cantarina voz que me dice princesa mientras dudo si estoy aún soñando

respirar tu aliento de niño féliz al jugar en las manos de un títere improvisado

saber que el momento es el aquí y el ahora,

intentar quedarme en el gestalt, sin proyectar el futuro o cargar el pasado

inspirar y expirar el vaho de tu calor invernal

contar hasta diez con los ojos cerrados, solo para oir mi pecho palpitar

evitar las fronteras, los departamentos estanco entrenando a mi conciencia en su expansión para poder unir nuestros espíritus

tener la certeza de que vivir consciente de este amor que me surge a borbotones, sin condición, es lo más bello que experimentará mi alma en este sueño

aceptar mi propósito en este viaje junto a ti, aceptarlo y reconocerlo

soñar contigo, viajar, preguntar, reír, llorar, cansarme, enfadarnos , aprender y desaprender, jugar, saltar, emocionarnos y cocinar…

dejar los puntos y las mayúsculas aparte para mantener lo fluído del texto

vivir a tu lado, compartiendo el camino hasta que tengas que volar

verte crecer, madurar,sorpenderme con tu locuaz inteligencia

ser madre y ser tu madre

amarte, mi niño, amarte durante una fracción de segundo que contendrá la eternidad, pues el tiempo no existe sin convención programada

y despegar los ojos, abrir la ventana de esta mañana de invierno evaporada, respirar y volver a empezar un día más

Raquel Galavís

bedded deep in long term memory-the caretaker-an empty bliss beyond this world

insensatos

un abrazo, venga, solo uno…
ella había leído que recomendaban de uno a tres al día, para mantener la buena salud, tanto la afectiva como la somática…
con lo que no contaba era con que ese abrazo provocara un tsunami en su interior mientras algo que creía muerto renacía de nuevo.
incrédula percibió entre los brazos de él como el hielo se derretía y un latido vertiginoso desmontaba todas sus coartadas,
esas que llevaba tiempo contándole a su pecho adormilado…
peligro! posibilidad de incendio! sus aurículas buscaban un refrigerio tratando de sofocar aquel encabalgamiento fuera de toda lógica. ella intentaba detener aquello mientras en sus entrañas, sorprendido de su propio desboque, su cardíaco boqueaba por beberse el aire, calmarse el mareo.
temerario ascenso, la respiración de él en su oido, el cabello de ella en el lecho, ojos cerrados, jadeo ahogado y por fin un grito extasiado de armisticio, el cielo exprimido en ese exhalar de dos cuerpos… para luego caer despacio en la calma de un ritmo sereno, saboreando pegados aquel instante de paz que pareció eterno.
quizás la resaca de lo verdadero les había tatuado su huella en el cuerpo. quizás sus órganos tenían memoria propia, incluso una inteligencia independiente del autoritario cerebro. por eso no escuchaban las razones que intentaban ponerse como freno. habían decidido hablar por si mismos y lo estaban haciendo. habían escogido reconocerse en el otro como espíritu gemelo y luchaban por ello. no importaba cuántas veces intentasen pararlos, cuántos consejos sensatos pidiesen para escapar de aquel meigallo. como los niños en su reafirmación adolescente..habían decidido seguir su propio camino y por eso, no habría nada que pudiera detenerlos…

-no es posible, no podemos…
realmente no podemos?

-podemos si queremos, podemos cualquier cosa. pero realmente queremos?
-queremos subir la verja y salir a gritarlo?

Raquel Galavís

edison woods-baby doll-nest of machines

thanksgiving

que te inviten a desconectar del ajetreo diario a una casa de cuento, no tiene precio
que te lleven a una expo como recibimiento sorpresa, no tiene desperdicio
que te acojan como una más de la familia y compartan contigo su vida diaria, sus charlas y requiebros, no tiene parangón
pero si además, te guían por los pasillos de la historia, te conducen a un bosque secreto y te proponen abrazar alcornoques milenarios para calmar el mal tiempo…si eso ocurre un día cualquiera, de forma tan generosa y expontanea…
entonces, eso siempre quedará en el recuerdo como un bello gesto de amistad
por eso, si es de recibo que lo agradezca dentro, muy dentro.

Raquel Galavís

www.bodegagilarmada.com

mary gauthier-thanksgiving-between daylight and dark

una mujer dormida (*)

(*) este texto me ha llegado en forma de comentario a la web. lo firma atreyu. como me ha gustado tanto me ha ilusionado la idea de hacer una entrada con él. aquí estan sus palabras:

“una mujer dormida…

una mujer dormida y en la penumbra tiene un resplandor que deslumbra.

su rostro contiene el anonimato de la exquisitez

sus ojos paladean ese pensamiento de éxtasis

y su respiración le otorga un halo poético que da vida al conjunto.

una mujer dormida es un enigma en sí misma

un paisaje exótico para la vista

un vergel para el olfato

una tentación para las manos

y una vocación para los labios

una mujer dormida (o medio dormida)

entrelaza sus sueños con mis dedos

cuando en profundo delirio nos acariciamos la noche.

que no se rompa, que no se rompa este sueño

que nos embarga

sobre un colchón de pétalos

tejido por arañas y mariposas

love river

la roca le sintio pasar. sintio su roce fresco y enérgico como cada día a la misma hora. ella esperaba ansiosa el encuentro, el toque de su amado río. él era nervioso, travieso en su descenso. su ritmo frenético salpicaba de vida las orillas de su cauce, transportando miles de fragmentos orgánicos en su recorrido. imprecedible siempre, ahora viraba en un meandro, ahora se entretenía con un remolino de pirueta imposible.

ella era roca, inmovil, tranquila. le gustaba su morada, su tierra fresca donde asentaba todo su peso redondo. disfrutaba conociendo el paisaje y observando sus transformaciones con el paso de los tiempos. saboreaba el color de aquellas tierras verde esmeralda, plagadas de seres fabulosos. colibrís para las mañanas, luciérnagas para las noches, grillos en el verano y rocio helado en el invierno. todos aquellos elementos la colmaban de paz… pero a pesar de esta felicidad, había algo que ansiaba cada día, algo que la llenaba de inquietud hasta que ocurría. el beso de su amado río que a la misma hora de cada jornada pasaba, ahora raudo en invierno, ahora más coqueto en verano y le dejaba un beso fresco en su superficie dorada. a veces el beso sabía a nieve de la montaña, otras a musgo húmedo. en ocasiones incluso podía evocar el aleteo de una mariposa recogiendo una minúscula gota de sus aguas en sus alas de lienzo y trocando parte de su botin de polen regalado a este maestro del movimiento. ella esperaba, siempre esperaba. el beso de este lecho de agua le recordaba que estaba viva, le hacía sentir con alas, le daba un ansia renovada de mutar su cualidad estática.

pero él pasaba, pasaba fugaz …y nunca se quedaba…

y esa corriente de beso perdido la desgastaba cada día un poquito más, haciéndola cada vez más chiquita.

entonces ella empezó a soñar: y si pudiese moverme? y si pudiese fluir a su lado, acompañarle en su camino para ser los dos uno?

cada día soñaba más a menudo, con los rayos cálidos del sol de mediodía extendía su letargo imaginando su viaje de novios. en las noches de luna blanca tejía sueños de amor eterno y en las mañanas frescas, justo antes de su llegada, la de él, se acicalaba, se vestía con sus galas de granito brillante y hasta imaginaga oir campanadas de boda en la iglesia del pueblo, allá más abajo.

y entonces él pasaba de nuevo, pasaba fugaz…y ella siempre se quedaba…

Raquel Galavís

hasta que un día sucedió. de tanto ser soñado el sueño reclamó su realidad y una de esas mañanas de cita imposible, ella cerro los ojos y se abrazó a él, dejándose llevar, dejándose arrastrar por su sueño o por el de él, quien sabe, que en este punto ya era el de ambos…

durante una época viajaron juntos en un camino hermoso de amor, ella antes roca, ahora canto rodado y él fluido constante, aunque con el paso de los años cada vez algo menos caudaloso. vieron mundo en su recorrido, vieron el paso de la historia y el progreso de la vida en todas sus múltiples facetas pero llego un día, en que ella empezó a sentirse cansada. cada vez era más pequeña y los embistes de su amado cada día la dejaban más exhausta. además empezó a sentir que algo nuevo la esperaba. apresó un anhelo superior, una llamada interna, de su naturaleza, de su esencia. empezó a soñar de nuevo, pero ahora ya no soñaba con seguir el camino de su amante, si no con buscar el suyo propio. su razón de ser, su alma verdadera.

así que una mañana, cuando él le propuso saltar juntos los rápidos y acercarse a la desembocadura para coquetar con el mar, ella dijo: si! vamos!

y al llegar los dos juntos en su beso de agua dulce, ella, ya chinita erosianada se soltó del abrazo de él y se dejó engullir por la corriente del inmenso salado. se sintio de nuevo ella, completa, madre y padre de si misma al mismo tiempo. se dejó mimar por el agua nueva de colores marinos y descendió lentamente, en una caida de metros y metros de recuerdos. su vida paso en fugaz imagen llenándola de memorias felices y vibró con sencillez su cometido en todo aquel recorrido.

por fin se despositó despacio en el lecho marino. respiró tranquila y se preparó para un nuevo comienzo, mientras su último grano de arena se fundía uniéndose para siempre con otros tantos hermanos de aquel fondo embarrado. entonces exhaló en paz y su último recuerdo, o quizás el primero de su nueva existencia, fue el de su abrazo con la cabeza apoyada en el pecho de él, ambos respirando el éxtasis del amor consumado, en aquel instante insignificante en la infinitud del tiempo.

a river could be loved-brigthblack morning light

tierra somos y en tierra nos convertiremos

mi mente mientras escribo: las mujeres, la maternidad, la tierra, la fertilidad, ecofeminismo etiquetando mis ideas, horticultura definiendo mis anhelos…

yo escribiendo: dicen que los 40 es un momento importante en toda mujer. se habla de las crisis de edades en décadas, en septenios… no sé. pero lo cierto es que me voy aproximando a ese número tan redondo y rotundo. recuerdo cuando con 29 giré mi vida 360 grados, la prepotencia de la treintena osada. en aquellos días calderón de la barca me catapultó a ello con un monólogo que empedraba el inicio de mi nuevo camino.

los de mi generación hemos sido adolescentes tardíos, que a los 18 todavía nos creíamos la película y hasta los 30 no despertamos del engaño. hoy los de 23 ya llevan mucho adelantado y son capaces de plantarse con una caravana en medio de la nada, emulando a un McCandless Thouriano, con el convencimiento de intentar ser autosuficientes y no depender del papá estado-civilizado, al menos por algún tiempo.

 m m:….no pagar facturas, no depender del dinero, reciclar comida de contenedores, eco-casas geométricas que se autoabastecen energéticamente…

y e: lo que si sé es que cada vez me estoy volviendo más sencilla, o que busco sencillez, quiero coger poco el coche, ir a la ciudad solo excepcionalmente, comer sano, cuidarme, cuidar de mi hijo, plantar mis bancales de tomates, compartir con mujeres charlas ancestrales, abrazar a mis amigos, oler los pródromos de esta primavera autista, las relaciones humanas, el calor del corazón, el amor frente al trabajo. eso: amor, salud y trabajo, por este orden.

 m m: ….comunidades, grupos de crianza, crianza natural, ecoaldeas, agricultura ecólogica, yurtas, terapias gestalts, sistémicas y trasnpersonales, pedagogías libres, libertarias y humanistas…

y e: quiero pensar en el otro, en los otros, en todos nosotros. el yo, el ego, el mío, a veces, pero más veces el tu, el él, el suyo, el nuestro. comerme mi huerto. lo de comerse el mundo para los veinteañeros. la proyección social, el aplauso prestado para otros, el viento y las cenizas para el compost del verano, y el sueño de la vida, de mi vida, el de volver cada vez más a lo más básico, a la tierra, de la que vengo y a la que volveré.

Raquel Galavís

m m: Es verdad pues reprimamos
Esta fiera condicion
Esta furia esta ambicion
y por si alguna vez soñamos
Y asi haremos pues estamos
en un mundo tan singular
que el vivir solo es soñar
y la experiencia me enseña

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son

Segismundo. La vida es sueño. P. Calderón de la Barca

  Guaranteed. Eddie Vedder. Into the wild

¿Dónde aprendiste a cocinar? o ¿Por qué se remojan las lentejas?: preguntas cotidianas

Estoy cocinando lentejas. Empiezo a cortar puerros, calabacines. Los rehogo. Espero a que pierdan la vergüenza, expresión que hoy me parece algo cursi, incluso antigua. Expresión que leí o escuché en algún momento de mi vida a alguien, quién sabe dónde, para describir el momento exacto en el que la cebolla estaba lista en un sofrito para dejarse seducir por el resto de ingredientes. Expresión que siempre que frío gajos de la llorona me viene a la cabeza.

Las palabras y la cabeza.

Pelo zanahorias, corto el brécol y la coliflor. Los añado a la olla que se va tiñendo de colores vegetales. Aspiro el aroma. Estoy cocinando.

Esta mañana te has despedido más tierno de lo normal. Me has susurrado al oído. Te has ido dejando un fascículo entero de amor por entregas, para compartirlo más tarde. En el aire frío de la mañana flota una urgencia pospuesta…mi catarro nos tiene en toque de queda, en cuarentena forzada.

Añado unos ajos. Enteros, tienen que ser enteros. Me encantan los ajos enteros en las lentejas. Mi madre los pone así. Me gusta que me toque uno en el reparto comensal. Descubrir maravillada cómo el sabor del ajo es tan diferente en cada uno de sus estados: frito es más picante y agresivo; cocido, más dulce y suavizado, casi despojado de su carácter rebelde. Siempre me saben a poco los ajos enteros en las lentejas, así que hoy voy a poner muchos.

Estoy cocinando y entonces empiezo a hilar ideas. Las palabras empiezan a bailar en mi cabeza, como en una receta. Siempre que tengo ganas de escribir me pasa eso. Ellas empiezan su danza y trato de acostumbrarlas al ritmo de lo cotidiano.

Tranquilas, ya luego vamos, les digo.

Pero no paran, las palabras danzan frenéticas, se resisten a ser sometidas. Reclaman su chorro de protagonismo en mi atareada cabeza. Quieren mostrarse visibles, campear en una hoja en blanco, en un archivo de una plantilla del pages de mi Mac, seleccionado, para servir al capricho de estas tipografías. Así que para distraerme, o distraerlas, añado las lentejas. Las he puesto en remojo esta mañana. Ya sé que hay que hacerlo la noche antes, papá, pero ayer, con la febrícula de la tarde se me olvidó. ¿Será suficiente tiempo? ¿Quedarán duras? ¿Por qué hay que poner las lentejas en remojo? Supongo que para que se ablanden, ¿no? Claro. Luego vemos e internet, pero es por eso seguro. Si, ya sé que hoy todo el mundo usa lentejas de bote ya cocidas y garbanzos cocidos…
Pero a mi me gustan más las crudas. Y ponerlas en remojo. Como hace mi padre. Ello me ayuda a recordar la casa de mi abuela y a mi tía separando piedras de las lentejas. Eso se hacía antes, cuando yo era muy pequeña y las lentejas en botes no se estilaban, o no existían, cualquiera recuerda… las lentejas de antes, las de los paquetes, traían piedras diminutas y grises, piedras  de verdad, de las del campo, chinitas, vamos, y que si no retirabas antes de cocinarlas luego podían romperte una muela como poco.

Ya están, grises y redondas, las pardinas que son las mejores. Que si mamá, vale, las pardinas. Todas derramadas sobre el arco-iris vegetal, poniendo la nota gris al asunto. Cómo en la vida, el lado colorido y el grado oscuro de las cosas, todo mezclado en un burbujeo de una hora de reloj. Una gama cromática en la olla de un viernes cualquiera, en la mañana de un catarro de invierno. Pero las palabras siguen gritando, pujando por salir a la realidad de ahí fuera. Quieren llegar, quiero que lleguen, a tus ojos y que la leas y entonces cobren por fin sentido. Porque solas en mi cabeza se aburren y no encuentran su destino, ni la lógica de su existencia. ¿Palabras para ser calladas? ¡qué tontería! me dicen. Y entonces les respondo: vale, voy, ya está bien de tanta pereza. Pero lo haremos juntas, las lentejas y yo. Esta receta la vamos a cocinar en la mesa de la cocina. Así que cojo el portátil, celebrando la movilidad de la tecnología del siglo XXI, y me siento de espaldas a ellas, a las pardinas, a la olla y a las mondas lirondas de verduras sacrificadas por mi cuchillo de cocinero profesional. ¡Adelante! les digo, ¡acepto el desafío de plasmar tanta jarana verborréica!

¿Dónde aprendiste a cocinar? La pregunta me la has hecho hace poco, en nuestra cotidianeidad. Una pregunta simple, de dos que están empezando algo. De dos que aún tienen muchas cosas que contarse y descubrirse. Y por algún motivo ahora la pregunta está flotando entre todas la demás verbas energúmenas, que siguen pujando por su sitio en este documento. ¿Dónde? respondo yo, sorprendida por tu interés sincero, por tu pregunta sencilla, por tu pregunta descolgada de la casualidad de una conversación superflúa. Porque tú no haces preguntas de ascensor, para llenar los silencios al preparar la cena. No; tú me preguntas de verdad, con todos tus sentidos alerta esperando mi respuesta. Quieres conocerme más. Así que respondo de puntillas, como evadiendo la intimidad que reclamas: que no sé… que supongo que en la cocina, viendo a mi madre, y a mi padre, los dos grandes cocineros. A mi abuela, la de las empanadas de xoubas los domingos, empanadas que mi hermano y yo odíabamos, pero que ella se empeñaba en cocinarnos porque pensaba que era nuestra preferida. A mi otra abuela, la de Madrid, que hacía Huesitos de Santo, mis preferidos, cuyo nombre siempre me resultaba algo extraño desde mi educación atea… Y también en la facultad, en aquellos años de pollo a la cerveza y lentejas de comedor universitario. Las primeras incursiones en la independencia de una adolescencia todavía pegada como legaña a mi adultez reivindicada. Años de quemar ajos y de vomitar el pollo, porque la resaca de la noche salmantina es de las peores y los intentos culinarios mejor dejarlos para el lunes o el martes, cuando no nos duela tanto la cabeza, que añoche fue demasiado…

Luego en mi primera experiencia de verdadera independencia, ya viviendo sola en un apartamento maldito que haría cambiar el rumbo de mi vida para siempre, cuando todavía creía que mi camino sería otro y estaba con las oposiciones, y compraba en el Día para llegar a fin de mes. Ya sabes esa historia…

Más tarde con la llegada del primer trabajo, el primer sueldo, los años de la primera experiencia en pareja, el primer intento de cocinar en serio. De aquella, recuerdo los cocidos, los spaguettis, las croquetas… Luego de nuevo la cocina en soledad, para mi o para algunos amigos los fines de semana. Churrascos, fondues…¡qué feliz era sintiéndome cocinera graduada!

Enseguida llegaría el nuevo giro a la izquierda y cambio de rumbo de nuevo. Así soy yo, a veces se me cruza el camino y me desvío, o me encuentro, yo que sé…

…y el segundo experimento acompañada. En estos años, el pollo con zanahorias, las butifarras, las fabes, las fideuás, la cocina Mediterránea compitiendo con la Gallega. Finalmente se impuso la Gallega, claro. En estos años me aventuraba con la repostería, las tartas para algún amigo catalán que venía a vernos y a hacer fotos de mi casa, la rústica, la gallega. De estos días recuerdo que a quién me acompañaba le ponía nervioso que tardase tanto en hacer las lentejas. Y a mi me sorprendía su falta de respeto a tantos años de recetas y recetas de lentejas cocinadas despacio… Despacio están mas ricas decía yo de pasada, para evitar enfrentarme a las diferencias que ya de aquella marcaban nuestros opuestos estilos de vivir la vida. Unas lentejas cocinadas a toda prisa, que ya eran vaticinio de una ruptura inevitable; una ruptura que llegaría como una olla spress al quitarle el tapón… eso dijo precisamente un amigo al que le pedimos consejo en nuestro divorcio. Aquel día yo lloraba mares de angustia. En cambio, qué gracia me hace ahora…

…ahora. Aquí y ahora, en una gestalt gastronómica. Ahora la olla de esta mi cocina, la del aquí y el ahora, está empezando a resoplar. Pide atención, como un bebé hambriento con lloriqueo in cresccendo. Primero empieza despacito, apenas un siseo de culebra. Poco a poco insiste en su sonido y lo eleva en sus decibelios. Trato de ignorarlo, porque estas verbas hoy están revueltas y necesitan su espacio en esta receta. Así que “tipeo” (¿esta expresión existe en castellano? luego lo miro en la red..) enajenada: venga, dejadme solo un par de renglones más…  tecleo sorda al reclamo de la olla. Pero no puedo evadir a las pardinas que chillan, ahora sí deseperadas. El pitorro gira ya con fuerza, es una noria sin control que amenaza con saltar por los aires y estallar la tapa de mi olla de los años 60; si la que heredé de mamá cuando me fui a vivir con mi primer novio, y a la que papá el verano pasado le cambió la manivela. Para eso mi padre es estupendo; hace por mi cosas que yo siempre voy posponiendo en el ajetreo del stress diario. Menudo lío si se estalla una olla, ¿no? Todo el mundo conoce a la vecina de alguien a cuya madre le estalló la olla en la cara y tuvo quemaduras de tercer grado. Caramba con las ollas, pienso yo en estos casos de leyendas urbanas…¡hay que tener cuidado con ellas, que las carga el diablo! Así que me rindo, libero al pitorro, pitoche o como quiera que se le llame (¿cómo le llamas tu?) y escucho el vapor desparramarse por las paredes de mi cocina, la de ahora, la de paredes blanco roto porque me gusta el estilo provenzal en la decoración. Menudo alivio debe ser esparcirse así después de tanta presión, pienso ahora. Escaparse por un agujerito, aunque sea pequeño, cuando has estado a punto de ser atrapado para siempre en un horno crematorio de pardinas asesinas. Ay, quién fuera humo, seguro que escribiría algún poeta…para poder colarme por las rendijas de tu cocina y espiarte en tus secretos culinarios…

Por fin las he abierto y allí estaban. Parecen más grandes, hinchadas. Ya no son grisaceas, ahora son parduzcas, y me están pididendo más agua. Estupendo, un rato más para concederles a nuestras palabras, las que te escribo ahora para que me conozcas un poco más. Los ajos flotan entre tanta verdura y lenteja como si fuesen salvavidas en un naufragio vegetariano. Los ajos espantan a los vampiros, ¿sabías? si, a los vampiros de esos que te chupan la sangre, que haberlos, hailos. Y me siento de nuevo en esta mesa de cocina, ahora pintada de blanco, pero que tiempo atrás fue mesa de estudio, cuando yo ni siquiera tenía ordenador de torre en esta casa familiar. Me gusta comer en la cocina, y tomar la merienda con amigos en la cocina. Siempre me han gustado las cocinas. Creo que estar en ellas, cocinando, charlando, compartiendo los secretos de un amor de verano con mi madre o las noticas del tiempo con mi padre son recuerdos que siempre me acompañan. El otro día le dije a ella, a la Buba, que últimamente ya no recuerdo tantas cosas de cuando era niña. Me contestó que era normal; que con el paso de los años volvería a recordar de nuevo. Cómo mis abuelas, que ahora solo se nutren de los recuerdos de su vida; es el suero que las mantiene con vida en estos años de sprint final. Pero los recuerdos de la cocina, de los guisos de mi padre, de las cenas de Navidad, la cocina del restaurante que mi madre tuvo en los 90, la cocina de la abuela Isabel, que nunca la moderniza ni la arregla… esos, siguen intactos. Creo que la cocina es lo más parecido a un útero en la tierra. Allí es dónde se preparan las recetas mas sabrosas, se tejen las confianzas y los descalabros familiares, se afianzan las relaciones, se comparten las tardes de lluvia y se preparan los purés de, ahora sí, mi primer hijo. Yo en las cocinas me siento segura y protegida. Esta cocina es blanca (me gusta el blanco roto, pero esto ya lo sabías) y aquí desayuno cada día con él, el mejor de mis comensales, aquel por él que más me esmero en mis platos y mis bizcochos. Miramos por las ventanas y vemos en el jardín el árbol que su padre y yo plantamos cuando era un pequeño proyecto de vida en mi  vientre, al que le pusimos su nombre y que crece al ritmo de sus años de colegio. A veces desayunamos contigo también. Y a veces te esperamos para la cena. Y curiosamente, tu y yo, siempre comemos o cenamos o desayunamos en la cocina. Y nos parece lo más normal, porque supongo que a los dos nos gusta hacerlo así y a ninguno le extraña. A ti te gusta cocinar conmigo y me lo has dicho. Lo has dicho otro día, de pasada, mientras hacíamos la cena, pero no lo has dicho de broma. Lo has dicho con esa profundidad tuya y me has dejado de nuevo sin palabras. Sin palabras por no querer confesarte un antiguo recuerdo secreto: una ocasión, en la que creí estar muy enamorada y en la que lo que más me apetecía era cocinar con aquel destinatario de mis propósitos amatorios, que rechazaba sin ningún tipo de reparo cualquier propuesta mía al respecto… Han tenido que pasar varios años para encontrar a alguien a quien lo cotidiano no le dé miedo. A quién compartir una receta en la cocina le cause tanto placer como mi. A quien le guste tanto la cocina y cocinar y hablar en la mesa como a mi; porque no hay una buena comida sin una buena charla que la riegue de verbas compartidas; eso me lo enseñó también mi madre.

Y llega el momento. Voy a ver cómo van esas parduscas (¿ por cierto, por que se llaman lentejas?… “lentellas” ,”lentillas”, “lentils, todos vocablos parecidos en otros idiomas…)

Las palabras han brotado en esta confesión tardía y ahora mi cabeza ya se ha liberado de ellas. Aquí tienes, cariño, pues, mi mejor respuesta: supongo que aprendí a cocinar, cocinando. Para finalizar y como no bebo vino, (eso ya lo sabes y tú tampoco lo bebes) la quiero aderezar con una propuesta: ¿quieres cocinar conmigo? Esta noche espero tu respuesta como postre, cuando te comas estas lentillas y con tu sonrisa de gourmet satisfecho me digas: ¡¡estas lentejas están buenísimas!! Y lo dirás con la vehemencia con la que siempre dices las cosas: vehemente, si; pero de pasada, como quien no quiere la cosa…

P.D: La sabia internet da varias respuestas a lo del remojo de las pardinas. Supongo que la válida es la de que así se ablandan, se hidratan y necesitan menos tiempo de cocción. Así que podríamos concluir, para quedarnos tranquilos, que las lentejas necesitan algo de remojo para ablandarse. Quizás como ocurre con los corazones congelados; la forma de derretirlos es ponerlos en remojo hasta que el hielo se derrita y libere su latido paralizado… (pero eso tu ya lo sabías también, ¿verdad?)

Por cierto, me han quedado riquísimas.

Raquel Galavís

 ya verás.

palabras para julia (en navidad)

tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.

te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.

yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

la vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.

un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.

pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.

tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.

nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

la vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.

por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.

perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.

y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

J.A.Goytisolo

palabras para julia-paco ibañez-j.a.goytisolo